Noche oscura
En el ascenso hacia la perfección, el alma pasa por lo que el místico del siglo dieciséis San Juan de la Cruz describe como la noche oscura. La primera noche oscura se vive cuando uno se encuentra con el retorno de su karma personal, la creación humana que casi borra por completo, por un tiempo, la luz del Ser Crístico y la Presencia YO SOY. Esta noche oscura del alma sirve de preparación para la noche oscura del espíritu, que conlleva la prueba suprema que Jesús afrontó en la cruz cuando exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.[1] En esta iniciación, el alma parece estar completamente separada de la Presencia YO SOY y la jerarquía celestial. El alma debe pasar por la crucifixión y la resurrección sostenida solamente por la luz reunida en su propio sagrado corazón, mientras mantiene el equilibrio del karma planetario.
Tanto en la noche oscura del alma, en la que la luz del alma se eclipsa principalmente por el karma personal, como en la Noche Oscura del Espíritu, en la que la luz de la Presencia YO SOY se eclipsa por el karma planetario, así como por la iniciación Crística, el individuo debe enfrentarse a las pruebas únicas de su corriente de vida y a las comunes a todos en el sendero de la ascensión.
En la noche oscura del alma, “la oscuridad que cubre la tierra” es el peso del propio karma de retorno de cada individuo mientras aprende a enfrentarse al karma mundial. Ambos tipos de karma eclipsan durante ciertos ciclos la luz del alma y, por tanto, su discipulado bajo el Hijo de Dios. Cuando ese karma personal es equilibrado por el alma, debe forjar la identidad Crística, pasar por el matrimonio alquímico (de la unión del alma con el Ser Crístico), y estar en condiciones, si se requiere, de sostener el equilibrio para cierto peso del karma planetario. Esto último ocurre como la iniciación de la Noche Oscura del Espíritu que cada iniciado debe enfrentar como la prueba suprema de su Cristeidad.
The dark night of the soul, karmically created by individual free will, is the test of the soul’s confrontation with its own karma of relative good and evil (the sin that can be forgiven); the dark night of the Spirit is the initiation of the soul’s encounter with the Great God, Absolute Good, and, by that Good which he has become, of the vanquishing of Absolute Evil, its antithesis. This is experienced as the presence and the absence of Light, as Christ and Antichrist, as well as the active and passive participation of the Son of man in the cycles of Armageddon within and without. This initiation deals with the sin against the Holy Ghost which is unforgivable[2]—the deification of Absolute Evil and the nonsurrender of the dweller-on-the-threshold in the very face of the living God.
The dark night of the soul is the tolerance of the Law, a period of grace for the soul to separate out from error and to transmute it; it is the prerequisite for the dark night of the Spirit. Those who have been given the cycles necessary to pass through the dark night of the soul, but have not done so, must move on, regardless, to the initiation of the dark night of the Spirit. This is the initiation of the I AM Presence. It is the Self-limiting principle of the Law which does not tolerate the abuse of Christ by Antichrist.
The latter initiation, given to saint and sinner alike, signifies that opportunity has run out for the individual to choose to be God. After hundreds of thousands and even millions of years of cycling through the wheel of rebirth, the soul-identity that denies the Presence of the Godhead dwelling in him bodily—His Word and His Work—is cancelled out by his own final decree ratified by the judgment before the four and twenty elders at the Court of the Sacred Fire and the second death.[3]
The system of the Godhead for grace, mercy, and opportunity afforded to all for a season assures that all souls are given many lifetimes to repent of their evil works and be saved. It also assures that though mercy endures forever, Evil does not. The only hope for the perpetuation of holy innocence is that the evil word and the evil work (including that of the Evil One and his agents) can be and is terminated at the conclusion of abundant cycles of God’s justice extended to all.
Véase también
Para más información
St. John of the Cross, “The Ascent of Mount Carmel” and “The Dark Night,” in The Collected Works of St. John of the Cross, trans. Kieran Kavanaugh and Otilio Rodriguez (Washington, D.C.: ICS Publications, 1979), pp. 66–389.
Elizabeth Clare Prophet, The Living Flame of Love (audio recording).
Mark Prophet y Elizabeth Clare Prophet, El Sendero del Cristo Universal, págs. 194–213.
Notas
Perlas de Sabiduría, vol. 37, núm. 1.
Archangel Gabriel, Mysteries of the Holy Grail.